sábado, 4 de febrero de 2017

FOCUSING: LA SABIDURÍA DE NUESTRO CUERPO COMO GUÍA DE VIDA

La finalidad de todo proceso de indagación personal es lograr una mayor calidad de vida a partir de adquirir herramientas emocionales de las cuales no se disponía anteriormente. Estas herramientas pueden ser adquiridas y/o construidas una vez que se ha ganado conciencia acerca de algo que antes se veía borroso o, directamente, no se veía. En términos generales, nos referimos a esto como “traer luz”. Para Sygmund Freud, padre del Psicoanálisis, esto sería “hacer consciente lo inconsciente”; para Fritz Perls, creador del Enfoque y Terapia Gestálticos, “darse cuenta”; para Carl Rogers, creador del Enfoque Centrado en la Persona, “atender nuestra experiencia para simbolizar lo todavía no simbolizado”; y, para Eugene Gendlin, creador del Enfoque Centrado en el Cuerpo (o FOCUSING), “acceder al mundo de lo implícito a través del cuerpo para simbolizar nuestra experiencia interna”.

“Lo implícito” refiere a todo un mundo de significados aún sin simbolizar (no registrados concientemente por la persona, pero en el límite de la conciencia) que necesita de un vehículo para ser alcanzado y decodificado. Ese vehículo, en FOCUSING, es nuestro cuerpo, el cual no se refiere, en palabras de Gendlin “sólo a lo contenido dentro de nuestra piel”, sino a un perfecto y complejo entramado de fisiología, psiquismo, espiritualidad y energía; ese lugar, a veces difícil de explicar con palabras, donde acontece “lo que nos pasa”.

Nuestro cuerpo contiene una fuente inagotable de información. En Counseling Humanístico, nos referimos a esta fuente de información como “SABIDURÍA ORGANÍSMICA”. Su función es ser una guía perfecta acerca de qué es lo más adecuado para cada uno de nosotros en cada momento de nuestra existencia. De ser atendida y respetada, logramos un funcionamiento pleno, manifestado en un comportamiento abiertamente saludable hacia uno mismo y hacia los demás, en el que no abundan la utilización de nuestros mecanismos de defensa ni conflictos emocionales invalidantes y/o perjudiciales para nuestra calidad de vida.

Lamentablemente, no siempre escuchamos a esta guía interna perfecta. Esto se debe a una progresiva desconexión con nuestro mundo interno, las más de las veces asociadas a la necesidad de adaptarnos a nuestro medio ambiente (familia, escuela, sociedad), con el fin de ser aceptados y amados. Por “adaptación” entendemos la necesidad de esconder (primero) y, progresiva e inevitablemente, dejar de registrar (después) todo sentimiento o expresión que ese medio ambiente perciba como inaceptable o perturbador. Este alejamiento de ser nosotros mismos y comenzar a ser como se nos demanda es un mecanismo de defensa que nos permite evitar la crítica y el rechazo. Sumemos aquellas características no propias que hemos debido adoptar para asegurarnos ese amor y aceptación, como, por ejemplo, estar siempre de buen humor, hacerlo todo bien, ser fuerte, incansable, inteligente, y un sinfín de etcéteras.

Esta desconexión interna nos aleja de saber cómo somos o qué es lo mejor para nosotros, ya que dejamos de guiarnos por nuestra SABIDURÍA ORGANÍSMICA (y comenzamos a funcionar en base a condicionamientos externos a nosotros) y, así, perdemos libertad psicológica. En algún momento, van a aparecer la angustia, la ansiedad, la frustración, los conflictos internos. ¿Cuándo? Cuando, debido a nuestra limitada libertad psicológica, nuestro pensar, nuestro sentir, nuestro actuar y aquellas elecciones que, a partir de ellos, hagamos, se contrapongan a nuestra SABIDURÍA ORGANÍSMICA, que a veces sale de su latencia, despierta con fuerza y demanda ser escuchada. En esos momentos, ella parece querer protegernos con un “No, por ahí no es”. Y lo realmente angustiante es que no parecemos darnos cuenta de “por dónde SÍ es”.

A raíz de esta desconexión con nuestro guía interno, podríamos experimentar todo un abanico de manifestaciones psíquicas, espirituales y físicas: apatía, depresión, ansiedad, adicciones, dificultad para tomar decisiones o para hacernos responsables de nosotros mismos, miedo al cambio o a los vínculos, irritabilidad y agresividad, aburrimiento, no saber qué estudiar, qué hacer con nuestra vida o a quién elegir como pareja, necesidad de aprobación externa permanente, baja autoestima, necesidad de tener todo bajo control, dolores físicos crónicos, etc., etc., etc.

Lo que se busca en un proceso de FOCUSING es reconectar con nuestra experiencia real, de modo de acceder a “lo implícito”, es decir, al significado real y particular que nuestras experiencias tienen para cada uno de nosotros, como personas únicas y particulares, posibilitando simbolizar sus significados personalísimos e intransferibles. Estos significados son develados a través de nuestro cuerpo. En la medida en que devolvemos a nuestro cuerpo su autoridad como el máximo referente de sabiduría, éste colabora posibilitando detectar una sensación o malestar allí donde algo necesita develarse. Ese “algo”, aún no simbolizado, pero cargado de información, se muestra a través de una “sensación sentida”. Esta sensación sentida necesita ser registrada y atendida con voluntad y conciencia para poder ser, luego, “explicada con palabras” y simbolizada (capitalizada en nuestra conciencia). Contiene un caudal de significados que irán emergiendo en la medida en que le permitamos develarse del modo en que necesite hacerlo. Esto podría ser, de acuerdo a las particularidades de cada persona, una sensación física, una imagen, una palabra, una idea, un recuerdo, un color, un aroma, etc., que traerán consigo aspectos de nuestro SER desconocidos, o que podrían haber sido negados o deformados en el pasado, en función de aquellos condicionamientos externos. Estos aspectos rechazados, deformados o desconocidos necesitan reintegrarse a nuestro SER.

En un proceso de FOCUSING, algo que de aquello que esta persona, en algún momento (y defensivamente), le “escondió” a su conciencia, tocará a la puerta. Quizás aparezca como una sensación de opresión en el pecho, de nudo en la garganta, de imagen difusa y borrosa, de un sonido o palabra, o la sensación de estar “flotando”, por ejemplo. Cuando estas “sensaciones sentidas” aparecen, queda totalmente de manifiesto que la persona está al fin lista para recibirlas y sumergirse en ellas, algo similar a girar la llave, abrir la puerta, dejarlas entrar y abrazarlas con un “¡Bienvenido!”. Este “invitar a pasar y abrazar” posibilita experimentar el núcleo principal de un proceso de FOCUSING, algo que Gendlin denominó “viraje corporal”, que no es ni más ni menos que una sensación de algo transcurriendo y transformándose en su interior, y que trae alivio. En palabras de Gendlin, “…algo que estaba abotonado, de repente se suelta y hay un expandirse muy, muy ancho, que luego se instala en un suave respirar”. La transformación ya ha ocurrido y esta nueva información, ahora integrada, acrecienta el poder personal de esta persona, que, de repente, se ha vuelto un poco más ella misma. Esto no sólo la hará sentir “más completa y funcional”, sino que contribuirá a atender cualquier situación que se presente en su vivir, al contar con herramientas emocionales ahora más acabadas y sofisticadas.
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Integrar nuestros aspectos rechazados, deformados o desconocidos requiere Presencia, es decir la actitud de permanecer aceptante y amorosamente con todo aquello que se vaya develando, sin juzgarlo, dejándolo ser del modo en que ES. La Presencia no es mental, no analiza ni juzga; tan sólo acepta cada aspecto de la persona rechazado, deformado o desconocido que necesita ser escuchado. Cada “algo” que es escuchado, aceptado e integrado pierde su condición de amenazante, a la vez que vuelve a la Presencia aún más fuerte, extensa y aceptante. A más Presencia y más integración de aspectos de nuestro SER antes exiliados, fortalecemos nuestro yo y funcionamos de manera más auténtica, menos automáticamente, utilizando menos mecanismos de defensa (porque ya no sentimos la necesidad de ocultarnos ni ocultar a los demás quienes somos realmente), así como menos respuestas copiadas de otros y automatizadas, que no son efectivas en términos de desplegar nuestro potencial interno y favorecer nuestro bienestar.

Resumiendo todo lo antedicho en una definición concreta, ésta sería: FOCUSING es un proceso mediante el cual buscamos sanar emocionalmente y/o mantener un sano equilibrio psico-espiritual conectándonos con y escuchando atentamente la sabiduría natural que nuestro cuerpo, como canal, nos comunica.

El resultado es una gratificante sensación de plenitud al abrazar aspectos de nuestro Ser alguna vez perdidos y, hoy, como piezas de rompecabezas extraviadas y recuperadas, volviéndonos los seres completos y funcionales que jamás debimos haber dejado de ser. 


Como punto final, es importante aclarar que Focusing no es una terapia. Es un recurso humano natural (es decir, nacimos con él, aunque muchos lo hayamos perdido) que algunos profesionales de la salud mental brindamos a nuestros consultantes o pacientes, pero que puede ser practicado por cualquier persona, tanto en sí misma, como para acompañar a otros. Es idealmente sugerido para mamás y papás, docentes y médicos, y aquellas personas que utilicen prácticas como Mindfulness o Meditación y deseen dar “una vuelta de tuerca más”, aprendiendo a “vincularse” con aquello que aparece y necesita ser atendido.



Carla May

Consultora Psicológica Humanística y Sistémica
Facilitadora del Desarrollo Personal

15-6103-2940 
4726-6479 
General Pacheco, Buenos Aires
http://carlamaycounselor.blogspot.com/

domingo, 8 de enero de 2017

EL "DARSE CUENTA" Y LA PLENITUD EMOCIONAL


La consultoría psicológica humanística se nutre de varios enfoques diferentes para ayudar a las personas que consultan a encontrar las mejores soluciones a sus dificultades. En artículos anteriores brindé una extensa aproximación al Enfoque Holístico Centrado en la Persona. En esta ocasión, quisiera incluir el enfoque Gestáltico, del cual los counselors tomamos diversas herramientas para acompañar a nuestros consultantes en sus procesos.

Fritz Perls fue el creador de este enfoque y le brindó el nombre de Gestalt, que significa “forma”, “totalidad” o “configuración”. La configuración de algo está compuesta por una “figura” y un “fondo”. Por ejemplo, en este momento, en que estoy escribiendo, este texto es la figura de mi configuración, el centro total de mi atención, y, el resto (tanto mi mundo interno, como lo que me  rodea externamente) es el fondo. Si me diera hambre, comer algo se volvería la figura y todo el resto (incluido este texto) pasaría a ser fondo. Si yo no atendiera mi necesidad de comer, esto interferiría con mi trabajo en este texto, ya que no podría prestar atención a otra cosa que no fuese mi hambre. Sólo una vez resuelto mi hambre (o frío, sueño, ganas de ir al baño, etc.), podría volver a atender plenamente mi trabajo literario. En lenguaje Gestáltico, diríamos que “se ha cerrado la Gestalt” y aquella necesidad, ya resuelta, ha vuelto a ser parte del fondo.

Existe un correlato con nuestra vida emocional, en la que todos tenemos un mundo de necesidades que emergen continuamente, tales como ser la necesidad de amar y ser amados, de recibir un trato respetuoso y digno, de ser consolados en momentos de dolor, de ser tenidos en cuenta, de cambiar de carrera y estudiar algo que realmente nos gusta, de abandonar una relación cuando ésta nos produce infelicidad, etc. Si estas necesidades fuesen atendidas apropiadamente al emerger como figura, se propiciaría el proceso de resolverla y devolverla nuevamente a su lugar en el fondo. Esto nos permitiría seguir funcionando plenamente, sin interferencias, dejando nuestro campo psíquico “limpio” para atender a las otras necesidades que emerjan. Ahora bien, en ocasiones, debido a una desconexión interna, podemos llegar a no registrar que estamos teniendo una necesidad que necesita ser atendida. Esto forzará a esa necesidad a hacerse figura constantemente, ya que ha quedado inconclusa, desatendida, provocando un gran malestar emocional, que puede manifestarse como enojo, angustia, apatía, desgano, depresión, ansiedad, etc. Usualmente, ante la pregunta de qué nos pasa, solemos advertir que no lo sabemos, que “no nos damos cuenta”.

¿Cómo es que llegamos a no poder registrar nuestras propias necesidades? Como hemos visto en artículos anteriores, hemos perdido nuestra libertad de experiencia a partir de los mensajes que recibimos durante nuestro proceso de crianza. Infinidad de condicionamientos y mandatos nos forzaron a actuar de modos en los que nuestros cuidadores, maestros y sociedad ponían como condición para aceptarnos. Así, tuvimos que aprender a evitar toda conducta o sentimiento que fuesen reprendidos o castigados y, a fuerza de repetición, dejamos de oír nuestras propias necesidades internas. Esto no implica que hayan desaparecido. Tan sólo debieron ser “olvidadas”, para poder convertirnos en aquello que se esperaba de nosotros, bajo pena de no ser amados de otro modo. Tuvimos que adoptar conductas y sentimientos que no eran nuestros realmente. Aprendimos “cómo hay que ser” y “lo que se debe hacer”. Y, con el paso del tiempo, comenzamos a imponer a los demás y a nosotros mismos (e incluso a defender) aquellas reglas y mandatos que antes vinieron de afuera, y con los cuales vamos a dictarnos reglas estrictas:
*Debo ser un profesional exitoso. No puedo fracasar.
*Debo mantener este matrimonio violento y soportar este maltrato, ya que uno se casa para toda la vida.
*No debo llorar. Debo ser fuerte, si quiero que me respeten.
*Debo ir de vacaciones donde mi familia decida. Irme a otro lugar sería ser un desamorado.

*No debo abandonar mis estudios, aunque esta carrera no me agrade. Lo que se empieza, se termina.
Fritz Perls propuso que nos perdemos en este juego de auto-tortura, que se utiliza como un distractor, bajo la máscara del automejoramiento. El juego consiste en un eterno intercambio entre nuestro PERRO DE ARRIBA (nuestros introyectos, nuestro ideal de Yo, aquello que se supone debo ser) y nuestro PERRO DE ABAJO. El perro de arriba impone lo que debo hacer, sentir y ser, bajo la amenaza de que seré rechazado si no me acerco a ese “ideal”. El perro de abajo, naturalmente, se excusa por no poder “hacer lo suficiente” para cumplir con ese ideal. Es un círculo vicioso que nos atrapa por completo, pero que no aporta ninguna solución a nuestro malestar, ya que, si bien tenemos libertad de elección, no contamos con libertad psicológica. No será hasta que podamos “oír” qué es lo que nosotros realmente deseamos y necesitamos, que aquellas Gestalts inconclusas podrán ser cerradas y el malestar desaparecerá.

¿Cómo hacemos para oír esas necesidades? Lo que necesitamos es pasar de un estado de “valoración externa” (actuar como otros me enseñaron que debo hacerlo) a un estado de “valoración interna”, es decir conocernos lo suficiente como para saber y elegir aquello que es más beneficioso PARA NOSOTROS; una especie de “establecer nuestras propias reglas”, de recobrar lo “olvidado” de nuestra esencia y de deshacernos de aquellos aspectos parásitos que debimos adquirir, pero no son nuestros.

Lo que se propone es adoptar una “Filosofía o Actitud Gestáltica”, que se apoya en tres principios:
  1. VIVIR EN EL AQUÍ Y AHORA. Vivir en el aquí y ahora nos invita a conectarnos con lo que nos acontece a cada momento. Lo que pensemos acerca del futuro es fantasía, no realidad. Con respecto a lo que aconteció en nuestro pasado, nada podemos hacer para cambiarlo. Sí podemos trabajar en el presente para resignificar aquello que nos sucedió, y cambiar nuestra mirada y manera de sentir, hoy, acerca de aquello.
  2. VIVIR EN PRESENCIA. La Presencia implica no juzgar nada de lo que siento, y permitirme sentirlo del modo en que se presenta, tanto esto sea miedo, enojo, alegría, vergüenza, celos, etc. Evitar los juicios críticos y las interpretaciones con respecto a lo que sentimos nos acerca cada vez más a quienes somos realmente en nuestra esencia. La manera cómo somos no está ni bien ni mal. Lo perjudicial es no aceptar cómo somos realmente.
  3. RESPONSABILIDAD. Esto implica aprender a ser responsables por las decisiones que tomamos y por nuestros sentimientos. Probablemente, en el pasado, otros nos condicionaron, con sus decisiones, de formas perjudiciales y dañinas. Hoy, ya no son ellos quienes deciden por nosotros. Hoy, somos libres y nuestra responsabilidad es nuestra fuente de poder personal, aquello que nos permite vivir nuestra propia vida y aprender a cada paso de nuestros errores. No podemos renunciar a nuestra responsabilidad; incluso cuando estamos eligiendo acatar normas dictadas por otros, estamos eligiendo. Del mismo modo, debemos responsabilizarnos por los pensamientos que producimos, los cuales, muchas veces, están infectados por cosas que nos imaginamos, sin un sustento en la realidad. El desafío es acercarnos a nuestra esencia para aprender a tomar las mejores decisiones para nosotros, de modo que ya no queden Gestalts abiertas.
A medida que vayamos practicando estos tres principios y los vayamos adoptando como filosofía, podremos cerrar lo inconcluso, percatarnos de lo que nos sucede internamente a cada momento (darnos cuenta), responsabilizarnos por nuestras emociones y, así, ser más libres psicológicamente. En definitiva, dejar de depender de otros y ser nuestra propia fuente de poder.

Carla May
Consultora Psicológica Humanística y Sistémica
Facilitadora del Desarrollo Personal 
15-6103-2940 
4726-6479 
General Pacheco, Buenos Aires



jueves, 8 de diciembre de 2016

SABIDURÍA ORGANÍSMICA Y LIBERTAD PSICOLÓGICA


Los dos términos que escogí para este título representan la síntesis más acabada del objetivo último de toda terapia humanística: reconectar con nuestra sabiduría interna (alguna vez perdida) para volvernos lo suficientemente libres como para tomar las decisiones que más bienestar y paz nos brinden. Esto quiere decir que cuando estamos “desconectados” de nuestra sabiduría organísmica no somos del todo libres a la hora de “elegir bien” nuestro camino. Pero vayamos por partes:

¿Qué es la Psicología Humanista?
Es la tercera escuela en psicología, después de las primeras dos, el Psicoanálisis y el Conductismo. Sus bases son el Humanismo, el Existencialismo y la Fenomenología.
Del Humanismo, toma la idea de que los seres humanos somos, dadas las condiciones adecuadas, y sin nada que lo obstaculice, básicamente sanos y con tenencia a la autorrealización, lejos de las teorías que sospechan de la esencia humana y proponen que venimos al mundo con deficiencias innatas que debemos reparar. Del Existencialismo, se nutre de la propuesta de que cada persona es libre de decidir acerca de cómo desea vivir su vida y, en consecuencia, responsable por su felicidad o infelicidad, de acuerdo a sus elecciones. Finalmente, de la Fenomenología, utiliza el concepto de “fenómeno”. Un fenómeno es lo que aparece en el relato o conducta del consultante (dice X cosa, hace X movimiento, se sonroja, llora, ríe). Los Humanistas nos remitimos a escuchar o percibir esos “fenómenos” sin interpretar, juzgar ni emitir hipótesis acerca de lo que a la persona le sucede, sino que la acompañamos a encontrar SUS PROPIAS RESPUESTAS O CONCLUSIONES, convencidos que cada persona es absolutamente única, y nadie más que ella SABE acerca de sí misma.

Habiéndonos introducido en el concepto de Psicología Humanista, viene la gran pregunta a responder: ¿Somos los seres humanos realmente libres y, en consecuencia, responsables por nuestra felicidad? ¿Qué distingue a una persona psicológicamente libre, de una que no lo es? Básicamente, para funcionar en un modo realmente pleno, libre y responsable, deberíamos estar en contacto con nuestra sabiduría organísmica. Por “organismo”, entendemos la unidad CUERPO-ALMA-MENTE, todo aquello que nos compone, incluidos los planos físicos y no físicos, y que es el asiento de nuestras experiencias (lo que “nos pasa”), tanto físicas, emocionales y espirituales. Estar en contacto con nuestro organismo es posible en la medida en que brindemos atención plena y conciente a nuestras experiencias, tanto internas como externas, y nos permitamos escuchar nuestra intuición, siempre presente aunque, a veces, acallada.

¿Cómo es que llegamos a acallar esa intuición? Al nacer, somos PRESENCIA PLENA, es decir que escuchamos nuestras necesidades con cada centímetro de nuestro Ser. Todo bebé sabe cuándo tiene hambre, sueño, necesidad de caricias, etc., y pide lo que necesita a las personas responsables de satisfacer sus necesidades. Si esas necesidades son respetadas y atendidas, se refuerzan en ese niño la presencia y el contacto con su Ser. Parece una obviedad, pero ningún bebé NO SABE lo que necesita. Ni uno solo. La dificultad para escuchar las propias necesidades se desarrolla paulatinamente, a medida que se fuerza a ese niño a actuar en base a condicionamientos externos, tanto familiares como culturales, bajo el peligro de perder el afecto o aceptación de las personas que, para él, son vitales para sobrevivir (tanto física como emocionalmente hablando). Estos condicionamientos no necesariamente son expresiones de maltrato brutal hacia ese niño, sino pequeños condicionamientos cotidianos, repetidos por imitación (copiados de nuestros antecesores) y, hasta ahora, no cuestionados, ya que no hemos tomado conciencia de sus consecuencias dañinas. ¿Cuántos de nosotros hemos tenido que dejar de ser quienes realmente éramos al escuchar frases tales como?:

  • “¡Otra vez llorando!” (con lo cual dejo de llorar y aprendo a no expresar mi dolor, ya que, a los demás, mi dolor no los mueve a preguntarme qué me pasa - y, así, ayudarme a gestionar mis propias emociones- y consolarme, sino que les molesta).

  • “¡No podés tardar tanto!” (lo que me lleva a forzarme a funcionar de un modo que no es mío, con tal de ser aceptado por mamá/papá/maestros/sociedad. Dejo de hacerlo de acuerdo a mis características particulares y, en consecuencia, de disfrutar de lo que hago y/o aprendo, además de volverme ansioso y autocrítico, y llenarme de frustración por no ser “como se debe”, sin contar el dolor que me produce que los demás no me vean “así como soy”, sino que me piden que sea el de su fantasía idealizada).

  • “¡Naaa! ¿Ese color de zapatos vas a elegir?” (tras lo cual dejo los zapatos que a mí me gustan a un lado y le pregunto a mamá, papá o persona que me acompaña qué color debería ser “el adecuado”, y llevo esos para complacer a los demás).

  • “No tenés hambre, lo que vos tenés es sueño. ¡Andate a dormir!” (este es el remate final: cuando los adultos están incapacitados para escucharme, y “decretan” qué es lo que me pasa -como si ellos supieran más que yo acerca de mi propia experiencia interna-. Como si no pudiesen pensar en la posibilidad de que, en realidad, yo no tenga ni hambre ni sueño, sino necesidad de ser abrazado, pero tengo que usar “una excusa”, ya que, de otro modo, mi necesidad de amor no es cubierta. Aquí, mi intuición infantil ya ha sido totalmente quebrada. De ahora en más, voy a dudar de mis percepciones internas y, cada vez que sienta algo, como ser angustia, dolor, miedo o desconfianza, no voy a seguir mi intuición, sino que voy a ir a preguntar a “los que saben” qué es lo que realmente estoy sintiendo. Cuando, por ejemplo, en unos años, perciba de mi pareja conductas que me generen algún tipo de inquietud o malestar, voy a dudar de ellas y me expondré a terminar emparejado/a con alguien perjudicial). 

Una persona que ha crecido con mensajes de este tipo, difícilmente se convierta en alguien que toma las mejores decisiones para sí, de acuerdo a su intuición, sino que aprenderá a dudar de lo que siente (su intuición ya no será su mejor guía) y a dejarse a sí mismo de lado, actuando siempre de acuerdo con el deseo de los demás, para ser aceptado. ¿Qué pasará cuando su nivel de desconexión con sus propios deseos y necesidades interfiera con decisiones trascendentes, como ser qué carrera estudiar, a quién elegir como pareja o cómo ser la mejor guía posible para sus hijos? Podrá tener libertad de elección, pero no libertad psicológica, ya que ésta estará condicionada por la gran desconexión interna que la acompaña. Y, mientras mantenga esta desconexión, no podrá “darse cuenta” de qué necesita o desea (ni transmitir esta capacidad a sus hijos), por qué duda tanto, por qué se siente vacía o con angustia, o por qué siente que algo “le falta” y busca llenarlo con cosas materiales. Sus decisiones no tendrán como fin acercarse cada vez más a quien ella es, sino hacer “lo que se debe”, dejar a todos contentos y evitar todo lo malo que los demás puedan pensar de ella.

¿Cómo reconectar con nuestra sabiduría organísmica y ganar libertad psicológica, para sentirnos más plenos y completos? Hay un solo camino: yendo hacia adentro, escuchándonos como nadie nos enseñó a hacerlo, brindándonos libertad de experiencia (tema expuesto en este otro artículo), aprendiendo a sentir de un modo más natural, y no tanto mental, soltando el control que implica PENSAR en cómo debemos ser, y permitiéndonos SER y SENTIR como realmente somos. Es un recorrido maravilloso de autodescubrimiento, de olvidar lo aprendido y dejar que la esencia aflore, de sorprenderse con aquello que siempre estuvo ahí sin nosotros saberlo. Es un VOLVER A CASA.

Carla May
Consultora Psicológica Humanística y Sistémica
Facilitadora del Desarrollo Personal 
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domingo, 31 de julio de 2016

La Casa de Colores - Counseling Psicológico para el Despliegue del Ser

Procesos de Desarrollo Personal Individuales y Grupales desde el ENFOQUE HOLÍSTICO CENTRADO EN LA PERSONA y ENFOQUE SISTÉMICO

Grupo de Ayuda Mutua para SUPERAR DEPENDENCIAS AFECTIVAS

Estanislao del Campo 487, General Pacheco
4726-6479
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jueves, 30 de junio de 2016

¿QUÉ ES LA LIBERTAD DE EXPERIENCIA? ¿TE ANIMÁS A EXAMINAR CUÁNTA TE BRINDÁS?





Dentro de la teoría rogeriana (de Carl Rogers, creador del Enfoque Centrado en la Persona), existe un concepto fundamental: la LIBERTAD DE EXPERIENCIA.

Poseer libertad de experiencia implica darte el permiso de sentir lo que sea que sientas de la manera en que se presenta, sin juzgarlo. A mayor libertad de experiencia, más congruente y funcional vas a ser, ya que no existirán sentimientos que, por considerarlos malos o inadecuados, percibas como amenazantes. Al no percibir ningún sentimiento como amenazante, tampoco vas a negarlo. Y, si no negás nada de lo que te acontezca a nivel emocional, eso tampoco te dominará de manera inconciente. Podrás, por ejemplo, sentir enojo o, incluso, ira, sin que esto implique actuar con violencia contra nadie (ni contra vos mismo, ni contra terceros).

¿Cómo llega una persona a tener libertad de experiencia? Pues tuvo la fortuna de crecer en un ambiente donde nadie lo juzgara de acuerdo a cuáles fuesen sus sentimientos. Siendo niño, nadie lo acusó de “malo” por experimentar enojo, celos o envidia, por ejemplo. Le explicaron que esos sentimientos son propios de la naturaleza humana y que no está ni bien ni mal tenerlos; que lo únicamente incorrecto sería actuar de manera perniciosa contra otro a partir de ellos, más no el experimentarlos. Eso posibilitó que la persona se hiciera “amiga” de todas sus emociones, evitando, de esta manera, ser dominada por ellas.

¿Qué sucede con las personas que no poseen libertad de experiencia?
Es muy probable que hayan crecido en un ambiente en el cual determinados sentimientos estuviesen mal vistos; si ellas demostraban alguno de tales sentimientos, eran criticadas, juzgadas y reprendidas. Lo que debieron hacer para ser aceptadas (y, así, sentirse queridas) fue guardarse esos sentimientos para sí. En muchos casos, con el paso de los años, los sentimientos amenazantes (“amenazantes” porque demostrarlos implica el rechazo de los demás) han llegado a ser negados. Ya, directamente, ni se sienten. ¿Significa esto que tales sentimientos desaparecieron? No, no desaparecieron. Fueron enviados al inconciente, “ocultados” allí. ¿Para qué? Para no sentirlos. Sentirlos implicaría el rechazo automático de las personas de cuyo amor y valoración ellas dependen en sus primeros años de vida.


Una persona que ha aprendido a funcionar de esta manera no está completa; ha escindido partes naturales humanas suyas en función de asegurarse el amor de los demás. Se ha sobreadaptado a su ambiente para sobrevivir emocionalmente. Y hoy, ya adulta, siente malestar emocional (en alguna de sus formas), aunque no comprende por qué:


• Juan jamás se enoja. Su familia siempre ha tildado de “mala persona” a quien demostrara enojo. Sufrió bullying durante la escuela primaria y secundaria. Hoy, con 23 años, no puede decir que no a los abusos de sus compañeros de trabajo. No puede enojarse. Sería considerado “una mala persona” por eso. Por tal motivo, en lugar de sentir enojo, sufre ataques de pánico.

• Octavio está por separarse. Su esposa le pide que sea más cariñoso, y él de veras quisiera serlo, pero no puede. Y no recuerda que, cuando era niño, le decían “mariquita” cuando lloraba o demostraba afecto abrazando a alguien. Hoy, no puede demostrar a su esposa que la ama, ni llorar ante el dolor que está experimentando al perderla. Ni él mismo se entiende. Y está comenzando a beber mucho, buscando tapar el dolor.

• Ludmila se siente rara. Siente “que le falta algo”. No pareció alegrarse cuando se recibió de abogada ni cuando le ofrecieron un empleo soñado. Sólo hace poco recordó que, de pequeña, le invalidaban cualquier expresión de alegría bajo el mensaje de que reír porque sí es de “mediocres”. Y por este “algo” que le falta por un lado, otro “algo” le sobra por otro: es adicta al trabajo.


Claro que vivir nos enfrenta a situaciones en las cuales sentir la emoción marginada es inevitable y es muy probable que una persona que, como Juan, Octavio y Ludmila, ha “escondido” emociones, entre en crisis en esos momentos.


¿Y por qué? Porque han internalizado aquel mensaje que recibieron cuando su supervivencia emocional dependía de otros. Hoy, las críticas a experimentar emociones “indeseables” se las hacen ellos a sí mismos. Esto les impide darse el permiso de sentir lo que de veras sienten, y que les sería tan liberador. Por tal motivo, están “incongruentes”, funcionando de manera incompleta. La congruencia llegará cuando puedan cuestionar sus creencias acerca de lo inadecuado de sus sentimientos e integrarlos a su ser; cuando ya no tengan que “guardar” emociones en su inconciente, y realizar esfuerzos sobrehumanos “para que no salgan”, aún a costa de inmolar su funcionamiento pleno y su felicidad. 



¿Cómo lograrlo? Una linda opción es comenzar un proceso de Counseling, que es la disciplina de ayuda psicológica de la libertad de experiencia por excelencia. Un profesional del Counseling acompaña a su consultante a resolver sus conflictos sin interpretar ni enjuiciar, convencido de que es el propio consultante quien más sabe acerca de sus propios problemas. Un counselor ayuda a su consultante a integrar aspectos suyos rechazados y/o exiliados y a examinar aquellos otros que han sido adoptados como propios sin serlo realmente. Un counselor ayuda a su consultante a conocer sus potenciales, hasta ahora ocultos, para resolver su motivo de consulta y llevarse esas herramientas para su vida. El fin último de un proceso de Counseling es ayudar a las personas a conocerse, desplegar sus potencialidades particulares y autorrealizarse. En definitiva, a lograr un funcionamiento pleno, ser feliz y relacionarse con otros sanamente.

Y VOS, ¿BRINDÁS Y TE BRINDÁS LIBERTAD DE EXPERIENCIA?
Brindar a otra persona libertad de experiencia implica permitirle sentir lo que sea que siente acerca de una determinada situación sin juzgarla de ninguna manera (ni negativa ni positivamente). ¿Y por qué no juzgarla? Porque cada quien siente de la manera particular en que puede hacerlo, y eso no está ni bien, ni mal. La creencia de que está bien o mal, es eso, una CREENCIA. Y las creencias pueden ser, a veces, ridículamente irracionales y carecer de fundamento alguno (personalmente, lo que más ruido me hace acerca de las creencias es que éstas cambian con los distintos momentos históricos; una muestra clarísima de que las creencias cambian según la opinión de quien las decrete y que no debo creerlas sin cuestionar cuál es MI OPINIÓN al respecto, sea lo que sea que hayan opinado, en su momento, mis padres, maestros, amigos, sociedad, etc.).

Impedimos la libertad de experiencia cuando cuestionamos, criticamos o juzgamos los sentimientos de los demás (como ser su tristeza o su felicidad), al creer que sentirlos de ese modo particular no es correcto, de acuerdo a nuestro propio parámetro. Así, criticamos que alguien no llore cuando ha sufrido una pérdida grande (es probable que aún esté shockeado y no pueda todavía llorar) o que, por el contrario, llore por algo que a nosotros nos parece insignificante (sin conocer el significado de esa pérdida para ella). Como si existiese una regla que decrete en qué casos sentir tristeza, alegría, pasión, miedo, etc., y durante cuánto tiempo… lo que nos alejaría de ser humanos y nos acercaría bastante a ser robots producidos en serie, imposibilitados de escuchar nuestras necesidades internas particulares y exigidos a sentir de acuerdo a un standard externo que no respeta nuestro Ser único e individual.

Una manera de autoexplorarte y determinar si te brindás libertad de experiencia es chequear si solés cuestionar la manera en que otros sienten lo que sienten, ya que quien cuestiona los sentimientos ajenos, inevitablemente (y sin notarlo), hace lo mismo con los propios. ¿Te animás a examinarte?


Carla May Counselor
Facilitadora del Desarrollo Personal
15-6103-2940
4726-6479
General Pacheco, Buenos Aires.

domingo, 19 de junio de 2016

Carla May, Facilitadora del Desarrollo Personal

Te acompaño en tu búsqueda de mayor bienestar emocional, a encontrar tus respuestas y a desarrollar potencialidades aún no descubiertas.

Carla May Counselor
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Alejarnos de personas que lastiman


Muchas veces, las personas lastimadas, lastiman. Esto no nos obliga a permanecer cerca de quien nos lastima, aunque su accionar esté justificado a partir de la dolorosa historia que trae a cuestas. También es nuestro derecho protegernos y preservados de ser lastimados (algo que nadie más puede hacer por nosotros).

Una opción es alejarnos de quien lastima, hasta tanto esa persona se haga responsable de su sanación. Así, si ella elige continuar abrazando el dolor que la daña y daña a otros, y esto vuelve inevitable el hecho de que alguien salga lastimado, que sea sólo uno, y no dos.

Carla May Counselor
Facilitadora del Desarrollo Personal
15-6103-2940
4726-6470
General Pacheco, Buenos Aires.