domingo, 2 de abril de 2017

¿PUEDE UN VARÓN VIOLENTO RECUPERARSE?

Quisiera comenzar esta reflexión poniendo sobre el tapete que las violencias dentro de una pareja no son potestad de un género en particular, sino de una persona sobre otra (o de dos personas, una sobre la otra, mutuamente), sin importar el género biológico, la orientación sexual ni la identidad de género de sus miembros.

¿Por qué, entonces, decidí escribir acerca de los hombres que actúan violentamente? Existen dos disparadores. Por un lado, la creciente pandemia de asesinatos de mujeres en manos de sus parejas o ex parejas. Por el otro, mis años de experiencia en el trabajo con personas dependientes afectivas (AQUÍ más información).

Durante mis primeros años como coordinadora de grupos de ayuda mutua para personas adictas a otras personas, trabajé sólo con mujeres, en su gran mayoría heterosexuales, y muchas veces relacionadas con un hombre que, en al menos una ocasión, había actuado con violencia. Puedo sugerir que en menos de la mitad de los casos esa violencia respondía a aspectos culturales machistas (objetivando a la mujer y considerándola una propiedad de la que podía disponer a su antojo) o a un patrón de personalidad psicopática o perversa (y su accionar sistemático para aniquilar emocionalmente a la pareja/víctima). Por el contrario, la gran mayoría de estas mujeres estaban relacionadas con un hombre cuya violencia era producto de dificultades emocionales propias, difíciles de manejar para él y favorecidas y/o sostenidas en el tiempo en el contexto de una relación disfuncional, cuya disfuncionalidad era alimentada por ambos.

Por “funcional” me refiero a una relación de pareja en la cual sus miembros se relacionan de adulto a adulto, registrando al otro como una persona con características y necesidades propias, brindando un tipo de amor que posibilita al otro ser quien de veras es (sin la necesidad de esconder aspectos de sí mismo) y recibiendo de la pareja el mismo tipo de amor que se brinda. Cuando aparecen diferencias que atentan contra la continuidad del vínculo, se dirán adiós, duelarán la relación el tiempo que les sea necesario, y seguirán adelante separadamente.

Esto no sucede en las parejas que se relacionan de manera dependiente. Aquí, cada uno de los miembros trae consigo heridas emocionales irresueltas, que son incapaces de sanar con recursos propios. No pueden hacer foco en las necesidades del otro, sino en el inmenso vacío de las propias necesidades emocionales insatisfechas, y la búsqueda desesperada de “algo” que lo llene. Así es que cada uno se relaciona con el otro depositando sobre él o ella la función de “dador de bienestar y llenador de vacíos”. Mientras el otro se ciña a ese papel, no habrá conflicto en la superficie. Sin embargo, en algún momento, el otro también comenzará a demandar su cuota de “bienestar”. Teniendo en cuenta que estamos ante una pareja en la que ambos “demandan” algo que el otro, por sus propias carencias emocionales, no puede brindar, es claro que se experimentará muchísima frustración, caldo de cultivo para cualquier tipo de violencia.

Cuando los hombres implicados en estas parejas comenzaron a tener voz apareció una luz de esperanza para resolver esta violencia no machista, sino reactiva.

Con el debido permiso, trataré de reproducir, lo más fielmente posible, las historias detrás de algunos vínculos violentos:

“Mi mamá nunca nos protegió. Cuando mi papá venía a casa y empezaba a golpear las paredes y puertas, y a insultarnos, ella no nos defendía. Se quedaba muda, petrificada. Ni siquiera se le ocurría irse después de que mi papá la golpeara (lo que sucedía casi a diario). Yo hubiese querido que nos lleve a mi hermano y a mí lejos, que nunca más tuviésemos que soportar otra vez esa violencia. Yo fantaseaba con matar a mi papá. Después de cada ataque, mi mamá se encerraba con mi papá en su cuarto y los oía tener sexo. Al día siguiente, nadie hablaba del tema, como si nada hubiese pasado. Yo crecí con una ira enorme. Me costaba soportar la frustración. Cuando algo no me salía como yo quería, insultaba, rompía cosas y golpeaba las paredes. Mi esposa se asustaba cuando yo reaccionaba de este modo y se quedaba petrificada, al tiempo que imploraba que yo no actuara así. Y yo veía en ella a mi mamá. ¡Y tenía ganas de golpearla por no reaccionar, por no irse o defenderse, por su insoportable inacción! De hecho, la golpée y, como ella trabajaba fuera de casa, sus compañeros notaron los golpes. Con su ayuda, ella me denunció. Eso fue el inicio de mi recuperación, ya que tuve que hacer terapia para controlar mi ira. Y allí comprendí que mi mamá nos protegió como pudo; que ella ponía su cuerpo para que no fuésemos mi hermano o yo quienes recibiéramos los golpes de mi padre. Comprendí que mi mamá utilizaba el sexo para calmar a mi papá, y que ella creía que, si él tenía sexo con ella, era porque la amaba, y por lo que ella guardaba esperanzas de que él cambiara o dejara de maltratarla, a pesar de que eso jamás sucedió. Comprendí que mi mamá era dependiente emocional. Comprendí, también, que mi ira no iba dirigida a mi esposa, sino que era una reacción aprendida durante esa infancia violenta que tuve. Supongo que mi papá sentía lo mismo que yo, pero no pudo o no quiso pedir ayuda. Hoy estoy en pareja nuevamente y ya no hay agresiones. Pude elegir una mujer que se respeta, me respeta y a la que respeto. Hoy puedo pedir abiertamente lo que necesito, con lo cual ya no debo recurrir a la violencia.”

“Crecí en una familia distante emocionalmente. Lo que más recuerdo son las críticas, cómo mi familia señalaba todo lo que yo hacía mal. Jamás creí en mí mismo. Tenía mucho miedo al ridículo y a lo que dirían los demás, si me conocieran. Me costó terminar mis estudios secundarios, así como conseguir trabajo, ya que no me creía bueno para hacer nada. Nunca fui una persona arriesgada; más bien, necesitaba sentir la seguridad de lo conocido. Cuando me casé, mi esposa era muy maternal conmigo. Me ayudó a superar algo de mi baja autoestima, pero no lo logró completamente. Yo jamás pude acompañarla en aquello que ella necesitaba, ya que yo no podía conmigo mismo. A medida que pasaba el tiempo, ella se ponía más y más impaciente con mi inercia. Y me lo hacía saber. Las críticas hacia mis limitaciones eran constantes y yo parecía estar viviendo nuevamente el infierno de mis primeros años. Yo era una olla a presión, a punto de estallar. Hasta que, en medio de una discusión, lo hice y la golpee. No fue algo que quisiera hacer, pero no pude controlarme. Luego de unos días volvimos a estar juntos. Las cosas mejoraron por un tiempo. Pero las críticas volvieron y, nuevamente, no pude controlar mi ira. Esta vez me sentí la peor basura del mundo. Volví a irme de mi casa y decidí hacer algo para mejorar. Comencé un proceso terapéutico. Allí pude ver la ligazón entre mis explosiones de ira y mis vivencias infantiles. Comprendí, también, que mi sensación de ser una olla de presión a punto de estallar se debía a que me guardaba todo para mí. Y que, dadas mis características emocionales, sería muy difícil no involucrarme con una mujer emocionalmente dependiente. Mi esposa estuvo de acuerdo en seguir adelante, en tanto ambos iniciáramos un proceso de sanación. Hoy, las cosas están mucho mejor para ambos. Yo, logré aumentar mi autoconfianza y encarar nuevos proyectos. Ella, a su vez, también logró generar una autoestima más alta, con lo que ya no necesita criticarme para pedirme que me convierta en algo que ella necesita. Ya no nos lastimamos ni con golpes ni con críticas.”

Lo que se puede observar en las vivencias de estos dos hombres es que la violencia no estaba dirigida a destruir a sus parejas, sino que ésta aparecía como respuesta a un disparador: la frustración.

La frustración y violencia, en el marco de las dependencias afectivas, no es sólo potestad del varón:

“Cuando era adolescente y comencé a salir con chicas, decidí que yo jamás sería violento como mi padre; que jamás golpearía ni irrespetaría a una mujer. Sufrí mucho por amor. Me tocaron las peores mujeres, todas dañinas en algún modo. Cuando creí que había encontrado al amor de mi vida y me casé con ella, todo se repitió. Ella no soportaba que yo no tuviese carácter. Me pedía que fuese un hombre, que la cuidara, que no fuese tan blando. Nada en mí parecía gustarle, y su frustración llegó al límite del insulto y los cachetazos. Yo jamás me defendí, ya que había jurado que jamás maltrataría a una mujer.”

Este tercer testimonio muestra de manera mucho más gráfica algo que sucede también en los dos primeros: hay críticas constantes. Esto no es un dato menor. Las críticas son consideradas una de las distintas variantes de las denominadas “violencias invisibles”, en las cuales no se despliega agresión física, sino que, utilizando distintos niveles de comunicación (palabras, gritos, llanto, gestos, actitudes corporales o el silencio), se intenta que la otra persona se sienta culpable, ofendida, disminuida, despreciada, invisible, etc., y actúe del modo en el que se espera de él/ella mediante la manipulación.

¿Cuándo utiliza un dependiente emocional violencias invisibles? Cuando sus demandas no son satisfechas del modo en que él o ella lo desea, lo cual sucede muy a menudo, y por las siguientes razones: por un lado, porque absolutamente nada de lo que el otro haga puede llenar los vacíos de una persona que no está llena de sí misma. Todo esfuerzo será en vano. Por el otro, porque una persona dependiente emocional no puede generar vínculos con alguien emocionalmente sano. Esto es así porque una persona emocionalmente sana busca a otra en igual condición para generar una pareja, y va a huir ante el primer reclamo de alguien que “necesita” de él o ella para no estar solo, para cumplir su sueño de tener una familia o para obtener su “objeto adictivo” que lo ayude a paliar su vacío y angustia. Naturalmente, quien acepte quedarse a su lado, va a ser otra persona igual de dependiente que él o ella, y con el mismo y profundísimo hambre de amor. El combo perfecto para el desastre: dos personas que no saben estar solas, que carecen de herramientas emocionales adecuadas, que buscan en su pareja conseguir ese amor y aprobación que no recibieron siendo niños, que buscan alguien que los “complete”, al tiempo que tienen terror a la indiferencia emocional, al abandono, al rechazo y a las críticas, que son justamente lo que recibieron siendo niños, y que explican su baja autoestima hoy.

Clarificando lo antedicho, un dependiente emocional va a generar vínculos con personas que jamás son “la mejor opción” (dijimos que “las mejores opciones” se alejan de un dependiente y sus reclamos). Y, a pesar de que ambos están llenos de defectos y no terminan de estar a la altura de las expectativas del otro, no pueden alejarse el uno del otro. Su terror al abandono les impide siquiera fantasear con terminar la relación. Lo que sucederá es que se mantendrán unidos, quejándose uno del otro por no ser lo que cada uno de ellos necesita. En este contexto, una persona dependiente podría desplegar una batería de demandas: que el otro cambie, que sea más afectuosa/o, que la elija, que no la cele tanto, que la deje respirar, que se dé cuenta de lo que ella necesita, que la mire cuando hablan, que se comprometa con los hijos, que no la deje sola, que la trate bien, que no tome tanto, que no venga a casa drogada/o, que no la insulte, que no se ponga loca/o (en lugar de alejarse y relacionarse con alguien más cercano a sus necesidades).

Lamentablemente, por cuestiones culturales que todos hemos aprendido y reforzado a lo largo de nuestras vidas (a través de lo aprendido en la familia de origen, los medios de comunicación, la literatura, las canciones, etc.), la ecuación suele ser la siguiente: frente al estrés permanente de una relación tóxica, las mujeres (quienes han recibido el mensaje de ser el sexo débil y víctimas impotentes del deseo masculino) tienen tendencia a enfermar y desarrollar depresión. Frente a la misma situación, los hombres (a quienes, históricamente, se les ha criticado por mostrar sus emociones y se les ha inducido a desplegar una fortaleza ficticia) tienen mayor tendencia a liberar su frustración mediante la violencia física, algo también vedado culturalmente a las mujeres y aceptado (o, incluso, festejado) en los varones, desde sus primeros años de vida.

Imagino a un hombre que, al igual que su pareja, está relacionado con una  persona defectuosa emocionalmente, cuán irritantes son sus reclamos y lo incapaz que él se siente para satisfacerlos. ¡La frustración crece y crece! ¿Hay posibilidad de no reaccionar violentamente?

Sí, la hay. Si ambos pudiesen reconocer que están relacionándose desde un lugar de inmadurez emocional y dependencia, habría posibilidad de, al acrecentar su libertad psicológica, generar una relación más sana, madura y responsable. Ella podría llegar a darse cuenta de cuánto utiliza la manipulación mediante la victimización para obtener de él lo que ella no puede darse a sí misma. Él, de cuán profundo caló en su ser el mandato de que “los hombres no lloran”, de cuánto dolor y frustración fue acumulando a lo largo de su vida debido a acatarlo, y cuánto más sano es liberarlo adecuadamente, en lugar de hacerlo con violencia hacia su pareja cuando su frustración lo desborda. Podría incluso poner en tela de juicio la irracional creencia de que, en los hombres, la violencia es “natural”. Ambos podrían, si tienen el valor suficiente de explorarse en profundidad, llegar a darse cuenta de que los dos estaban siendo violentos, aunque sólo uno de los dos utilizara violencia física. Y, a pesar de las broncas, la sensación de injusticia y el deseo de castigo, podrían actuar con solidaria madurez y contribuir a que la sociedad ostente menos violencia, dejando de REACCIONAR y aprendiendo a ELEGIR.

Carla May
Consultora Psicológica Humanística y Sistémica
Facilitadora del Desarrollo Personal
www.carlamaycounselor.blogspot.com.ar
15-6103-2940 / 4726-6479
General Pacheco, Buenos Aires

viernes, 24 de marzo de 2017

Taller Vivencial: ¿SOY TODO LO QUE PUEDO Y QUIERO SER? ¿QUÉ ME LO FACILITA Y QUÉ ME LO DIFICULTA?

Taller Vivencial:
¿SOY TODO LO QUE PUEDO Y QUIERO SER? ¿QUÉ ME LO FACILITA Y QUÉ ME LO DIFICULTA?


Sábado 8 de abril, 18:00 hs.
VACANTES REDUCIDAS
Reciprocidad: $250


Inscripción:
15-6103-2940 / 4726-6479
clr.carlamay@hotmail.com
 
www.carlamaycounselor.blogspot.com.ar

Facilita:
Carla May,
Consultora Psicológica Humanística y Sistémica
Facilitadora del Desarrollo Personal Integral


En La Casa de Colores
Estanislao del Campo 487, General Pacheco, Buenos Aires

jueves, 9 de febrero de 2017

Grupo de Desarrollo Personal en General Pacheco


GRUPO DE DESARROLLO PERSONAL desde el Enfoque Holístico Centrado en la Persona

¿Por qué participar de un grupo de Desarrollo Personal?
Porque es una manera maravillosa de vivenciar nuestra existencia humana, compartiendo nuestro sentir con otros que, al igual que nosotros, están en la búsqueda de un "vivir mejor", más conectados consigo mismos, más plenos, más libres, más "sí mismos".
Compartir en grupo nos vuelve maestros y aprendices, pudiendo revisar nuestra forma de relacionarnos, de resolver conflictos, de "mirar" la vida y nos permite aprender a vivir más concientemente, a disfrutar el presente y a reconocer cuáles son nuestros propios recursos, realizando, consecuentemente, cambios en nuestra forma de vivir.


 Un grupo de Desarrollo Personal te permite:
►Expresarte,     
►Explorarte,    
►Conocerte,           
►Comprenderte,    

►Superar dificultades,   
►Desarrollar nuevas fortalezas,
►Desarrollar la inteligencia emocional,
►Construir el sentido de tu propia existencia,

en un espacio de respeto, aceptación y apoyo mutuo.   

Se requiere entrevista previa. 

Para más información,
escribime a clr.carlamay@hotmail.com o comunicate a los números 15-6103-2940 ó 4726-6479.


Carla May
Consultora Psicológica Humanística y Sistémica
Facilitadora del Desarrollo Personal Integral
15-6103-2940 
4726-6479 
General Pacheco, Buenos Aires

sábado, 4 de febrero de 2017

FOCUSING: LA SABIDURÍA DE NUESTRO CUERPO COMO GUÍA DE VIDA

La finalidad de todo proceso de indagación personal es lograr una mayor calidad de vida a partir de adquirir herramientas emocionales de las cuales no se disponía anteriormente. Estas herramientas pueden ser adquiridas y/o construidas una vez que se ha ganado conciencia acerca de algo que antes se veía borroso o, directamente, no se veía. En términos generales, nos referimos a esto como “traer luz”. Para Sygmund Freud, padre del Psicoanálisis, esto sería “hacer consciente lo inconsciente”; para Fritz Perls, creador del Enfoque y Terapia Gestálticos, “darse cuenta”; para Carl Rogers, creador del Enfoque Centrado en la Persona, “atender nuestra experiencia para simbolizar lo todavía no simbolizado”; y, para Eugene Gendlin, creador del Enfoque Centrado en el Cuerpo (o FOCUSING), “acceder al mundo de lo implícito a través del cuerpo para simbolizar nuestra experiencia interna”.

“Lo implícito” refiere a todo un mundo de significados aún sin simbolizar (no registrados concientemente por la persona, pero en el límite de la conciencia) que necesita de un vehículo para ser alcanzado y decodificado. Ese vehículo, en FOCUSING, es nuestro cuerpo, el cual no se refiere, en palabras de Gendlin “sólo a lo contenido dentro de nuestra piel”, sino a un perfecto y complejo entramado de fisiología, psiquismo, espiritualidad y energía; ese lugar, a veces difícil de explicar con palabras, donde acontece “lo que nos pasa”.

Nuestro cuerpo contiene una fuente inagotable de información. En Counseling Humanístico, nos referimos a esta fuente de información como “SABIDURÍA ORGANÍSMICA”. Su función es ser una guía perfecta acerca de qué es lo más adecuado para cada uno de nosotros en cada momento de nuestra existencia. De ser atendida y respetada, logramos un funcionamiento pleno, manifestado en un comportamiento abiertamente saludable hacia uno mismo y hacia los demás, en el que no abundan la utilización de nuestros mecanismos de defensa ni conflictos emocionales invalidantes y/o perjudiciales para nuestra calidad de vida.

Lamentablemente, no siempre escuchamos a esta guía interna perfecta. Esto se debe a una progresiva desconexión con nuestro mundo interno, las más de las veces asociadas a la necesidad de adaptarnos a nuestro medio ambiente (familia, escuela, sociedad), con el fin de ser aceptados y amados. Por “adaptación” entendemos la necesidad de esconder (primero) y, progresiva e inevitablemente, dejar de registrar (después) todo sentimiento o expresión que ese medio ambiente perciba como inaceptable o perturbador. Este alejamiento de ser nosotros mismos y comenzar a ser como se nos demanda es un mecanismo de defensa que nos permite evitar la crítica y el rechazo. Sumemos aquellas características no propias que hemos debido adoptar para asegurarnos ese amor y aceptación, como, por ejemplo, estar siempre de buen humor, hacerlo todo bien, ser fuerte, incansable, inteligente, y un sinfín de etcéteras.

Esta desconexión interna nos aleja de saber cómo somos o qué es lo mejor para nosotros, ya que dejamos de guiarnos por nuestra SABIDURÍA ORGANÍSMICA (y comenzamos a funcionar en base a condicionamientos externos a nosotros) y, así, perdemos libertad psicológica. En algún momento, van a aparecer la angustia, la ansiedad, la frustración, los conflictos internos. ¿Cuándo? Cuando, debido a nuestra limitada libertad psicológica, nuestro pensar, nuestro sentir, nuestro actuar y aquellas elecciones que, a partir de ellos, hagamos, se contrapongan a nuestra SABIDURÍA ORGANÍSMICA, que a veces sale de su latencia, despierta con fuerza y demanda ser escuchada. En esos momentos, ella parece querer protegernos con un “No, por ahí no es”. Y lo realmente angustiante es que no parecemos darnos cuenta de “por dónde SÍ es”.

A raíz de esta desconexión con nuestro guía interno, podríamos experimentar todo un abanico de manifestaciones psíquicas, espirituales y físicas: apatía, depresión, ansiedad, adicciones, dificultad para tomar decisiones o para hacernos responsables de nosotros mismos, miedo al cambio o a los vínculos, irritabilidad y agresividad, aburrimiento, no saber qué estudiar, qué hacer con nuestra vida o a quién elegir como pareja, necesidad de aprobación externa permanente, baja autoestima, necesidad de tener todo bajo control, dolores físicos crónicos, etc., etc., etc.

Lo que se busca en un proceso de FOCUSING es reconectar con nuestra experiencia real, de modo de acceder a “lo implícito”, es decir, al significado real y particular que nuestras experiencias tienen para cada uno de nosotros, como personas únicas y particulares, posibilitando simbolizar sus significados personalísimos e intransferibles. Estos significados son develados a través de nuestro cuerpo. En la medida en que devolvemos a nuestro cuerpo su autoridad como el máximo referente de sabiduría, éste colabora posibilitando detectar una sensación o malestar allí donde algo necesita develarse. Ese “algo”, aún no simbolizado, pero cargado de información, se muestra a través de una “sensación sentida”. Esta sensación sentida necesita ser registrada y atendida con voluntad y conciencia para poder ser, luego, “explicada con palabras” y simbolizada (capitalizada en nuestra conciencia). Contiene un caudal de significados que irán emergiendo en la medida en que le permitamos develarse del modo en que necesite hacerlo. Esto podría ser, de acuerdo a las particularidades de cada persona, una sensación física, una imagen, una palabra, una idea, un recuerdo, un color, un aroma, etc., que traerán consigo aspectos de nuestro SER desconocidos, o que podrían haber sido negados o deformados en el pasado, en función de aquellos condicionamientos externos. Estos aspectos rechazados, deformados o desconocidos necesitan reintegrarse a nuestro SER.

En un proceso de FOCUSING, algo que de aquello que esta persona, en algún momento (y defensivamente), le “escondió” a su conciencia, tocará a la puerta. Quizás aparezca como una sensación de opresión en el pecho, de nudo en la garganta, de imagen difusa y borrosa, de un sonido o palabra, o la sensación de estar “flotando”, por ejemplo. Cuando estas “sensaciones sentidas” aparecen, queda totalmente de manifiesto que la persona está al fin lista para recibirlas y sumergirse en ellas, algo similar a girar la llave, abrir la puerta, dejarlas entrar y abrazarlas con un “¡Bienvenido!”. Este “invitar a pasar y abrazar” posibilita experimentar el núcleo principal de un proceso de FOCUSING, algo que Gendlin denominó “viraje corporal”, que no es ni más ni menos que una sensación de algo transcurriendo y transformándose en su interior, y que trae alivio. En palabras de Gendlin, “…algo que estaba abotonado, de repente se suelta y hay un expandirse muy, muy ancho, que luego se instala en un suave respirar”. La transformación ya ha ocurrido y esta nueva información, ahora integrada, acrecienta el poder personal de esta persona, que, de repente, se ha vuelto un poco más ella misma. Esto no sólo la hará sentir “más completa y funcional”, sino que contribuirá a atender cualquier situación que se presente en su vivir, al contar con herramientas emocionales ahora más acabadas y sofisticadas.
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Integrar nuestros aspectos rechazados, deformados o desconocidos requiere Presencia, es decir la actitud de permanecer aceptante y amorosamente con todo aquello que se vaya develando, sin juzgarlo, dejándolo ser del modo en que ES. La Presencia no es mental, no analiza ni juzga; tan sólo acepta cada aspecto de la persona rechazado, deformado o desconocido que necesita ser escuchado. Cada “algo” que es escuchado, aceptado e integrado pierde su condición de amenazante, a la vez que vuelve a la Presencia aún más fuerte, extensa y aceptante. A más Presencia y más integración de aspectos de nuestro SER antes exiliados, fortalecemos nuestro yo y funcionamos de manera más auténtica, menos automáticamente, utilizando menos mecanismos de defensa (porque ya no sentimos la necesidad de ocultarnos ni ocultar a los demás quienes somos realmente), así como menos respuestas copiadas de otros y automatizadas, que no son efectivas en términos de desplegar nuestro potencial interno y favorecer nuestro bienestar.

Resumiendo todo lo antedicho en una definición concreta, ésta sería: FOCUSING es un proceso mediante el cual buscamos sanar emocionalmente y/o mantener un sano equilibrio psico-espiritual conectándonos con y escuchando atentamente la sabiduría natural que nuestro cuerpo, como canal, nos comunica.

El resultado es una gratificante sensación de plenitud al abrazar aspectos de nuestro Ser alguna vez perdidos y, hoy, como piezas de rompecabezas extraviadas y recuperadas, volviéndonos los seres completos y funcionales que jamás debimos haber dejado de ser. 


Como punto final, es importante aclarar que Focusing no es una terapia. Es un recurso humano natural (es decir, nacimos con él, aunque muchos lo hayamos perdido) que algunos profesionales de la salud mental brindamos a nuestros consultantes o pacientes, pero que puede ser practicado por cualquier persona, tanto en sí misma, como para acompañar a otros. Es idealmente sugerido para mamás y papás, docentes y médicos, y aquellas personas que utilicen prácticas como Mindfulness o Meditación y deseen dar “una vuelta de tuerca más”, aprendiendo a “vincularse” con aquello que aparece y necesita ser atendido.



Carla May

Consultora Psicológica Humanística y Sistémica
Facilitadora del Desarrollo Personal

15-6103-2940 
4726-6479 
General Pacheco, Buenos Aires
http://carlamaycounselor.blogspot.com/

domingo, 8 de enero de 2017

EL "DARSE CUENTA" Y LA PLENITUD EMOCIONAL


La consultoría psicológica humanística se nutre de varios enfoques diferentes para ayudar a las personas que consultan a encontrar las mejores soluciones a sus dificultades. En artículos anteriores brindé una extensa aproximación al Enfoque Holístico Centrado en la Persona. En esta ocasión, quisiera incluir el enfoque Gestáltico, del cual los counselors tomamos diversas herramientas para acompañar a nuestros consultantes en sus procesos.

Fritz Perls fue el creador de este enfoque y le brindó el nombre de Gestalt, que significa “forma”, “totalidad” o “configuración”. La configuración de algo está compuesta por una “figura” y un “fondo”. Por ejemplo, en este momento, en que estoy escribiendo, este texto es la figura de mi configuración, el centro total de mi atención, y, el resto (tanto mi mundo interno, como lo que me  rodea externamente) es el fondo. Si me diera hambre, comer algo se volvería la figura y todo el resto (incluido este texto) pasaría a ser fondo. Si yo no atendiera mi necesidad de comer, esto interferiría con mi trabajo en este texto, ya que no podría prestar atención a otra cosa que no fuese mi hambre. Sólo una vez resuelto mi hambre (o frío, sueño, ganas de ir al baño, etc.), podría volver a atender plenamente mi trabajo literario. En lenguaje Gestáltico, diríamos que “se ha cerrado la Gestalt” y aquella necesidad, ya resuelta, ha vuelto a ser parte del fondo.

Existe un correlato con nuestra vida emocional, en la que todos tenemos un mundo de necesidades que emergen continuamente, tales como ser la necesidad de amar y ser amados, de recibir un trato respetuoso y digno, de ser consolados en momentos de dolor, de ser tenidos en cuenta, de cambiar de carrera y estudiar algo que realmente nos gusta, de abandonar una relación cuando ésta nos produce infelicidad, etc. Si estas necesidades fuesen atendidas apropiadamente al emerger como figura, se propiciaría el proceso de resolverla y devolverla nuevamente a su lugar en el fondo. Esto nos permitiría seguir funcionando plenamente, sin interferencias, dejando nuestro campo psíquico “limpio” para atender a las otras necesidades que emerjan. Ahora bien, en ocasiones, debido a una desconexión interna, podemos llegar a no registrar que estamos teniendo una necesidad que necesita ser atendida. Esto forzará a esa necesidad a hacerse figura constantemente, ya que ha quedado inconclusa, desatendida, provocando un gran malestar emocional, que puede manifestarse como enojo, angustia, apatía, desgano, depresión, ansiedad, etc. Usualmente, ante la pregunta de qué nos pasa, solemos advertir que no lo sabemos, que “no nos damos cuenta”.

¿Cómo es que llegamos a no poder registrar nuestras propias necesidades? Como hemos visto en artículos anteriores, hemos perdido nuestra libertad de experiencia a partir de los mensajes que recibimos durante nuestro proceso de crianza. Infinidad de condicionamientos y mandatos nos forzaron a actuar de modos en los que nuestros cuidadores, maestros y sociedad ponían como condición para aceptarnos. Así, tuvimos que aprender a evitar toda conducta o sentimiento que fuesen reprendidos o castigados y, a fuerza de repetición, dejamos de oír nuestras propias necesidades internas. Esto no implica que hayan desaparecido. Tan sólo debieron ser “olvidadas”, para poder convertirnos en aquello que se esperaba de nosotros, bajo pena de no ser amados de otro modo. Tuvimos que adoptar conductas y sentimientos que no eran nuestros realmente. Aprendimos “cómo hay que ser” y “lo que se debe hacer”. Y, con el paso del tiempo, comenzamos a imponer a los demás y a nosotros mismos (e incluso a defender) aquellas reglas y mandatos que antes vinieron de afuera, y con los cuales vamos a dictarnos reglas estrictas:
*Debo ser un profesional exitoso. No puedo fracasar.
*Debo mantener este matrimonio violento y soportar este maltrato, ya que uno se casa para toda la vida.
*No debo llorar. Debo ser fuerte, si quiero que me respeten.
*Debo ir de vacaciones donde mi familia decida. Irme a otro lugar sería ser un desamorado.

*No debo abandonar mis estudios, aunque esta carrera no me agrade. Lo que se empieza, se termina.
Fritz Perls propuso que nos perdemos en este juego de auto-tortura, que se utiliza como un distractor, bajo la máscara del automejoramiento. El juego consiste en un eterno intercambio entre nuestro PERRO DE ARRIBA (nuestros introyectos, nuestro ideal de Yo, aquello que se supone debo ser) y nuestro PERRO DE ABAJO. El perro de arriba impone lo que debo hacer, sentir y ser, bajo la amenaza de que seré rechazado si no me acerco a ese “ideal”. El perro de abajo, naturalmente, se excusa por no poder “hacer lo suficiente” para cumplir con ese ideal. Es un círculo vicioso que nos atrapa por completo, pero que no aporta ninguna solución a nuestro malestar, ya que, si bien tenemos libertad de elección, no contamos con libertad psicológica. No será hasta que podamos “oír” qué es lo que nosotros realmente deseamos y necesitamos, que aquellas Gestalts inconclusas podrán ser cerradas y el malestar desaparecerá.

¿Cómo hacemos para oír esas necesidades? Lo que necesitamos es pasar de un estado de “valoración externa” (actuar como otros me enseñaron que debo hacerlo) a un estado de “valoración interna”, es decir conocernos lo suficiente como para saber y elegir aquello que es más beneficioso PARA NOSOTROS; una especie de “establecer nuestras propias reglas”, de recobrar lo “olvidado” de nuestra esencia y de deshacernos de aquellos aspectos parásitos que debimos adquirir, pero no son nuestros.

Lo que se propone es adoptar una “Filosofía o Actitud Gestáltica”, que se apoya en tres principios:
  1. VIVIR EN EL AQUÍ Y AHORA. Vivir en el aquí y ahora nos invita a conectarnos con lo que nos acontece a cada momento. Lo que pensemos acerca del futuro es fantasía, no realidad. Con respecto a lo que aconteció en nuestro pasado, nada podemos hacer para cambiarlo. Sí podemos trabajar en el presente para resignificar aquello que nos sucedió, y cambiar nuestra mirada y manera de sentir, hoy, acerca de aquello.
  2. VIVIR EN PRESENCIA. La Presencia implica no juzgar nada de lo que siento, y permitirme sentirlo del modo en que se presenta, tanto esto sea miedo, enojo, alegría, vergüenza, celos, etc. Evitar los juicios críticos y las interpretaciones con respecto a lo que sentimos nos acerca cada vez más a quienes somos realmente en nuestra esencia. La manera cómo somos no está ni bien ni mal. Lo perjudicial es no aceptar cómo somos realmente.
  3. RESPONSABILIDAD. Esto implica aprender a ser responsables por las decisiones que tomamos y por nuestros sentimientos. Probablemente, en el pasado, otros nos condicionaron, con sus decisiones, de formas perjudiciales y dañinas. Hoy, ya no son ellos quienes deciden por nosotros. Hoy, somos libres y nuestra responsabilidad es nuestra fuente de poder personal, aquello que nos permite vivir nuestra propia vida y aprender a cada paso de nuestros errores. No podemos renunciar a nuestra responsabilidad; incluso cuando estamos eligiendo acatar normas dictadas por otros, estamos eligiendo. Del mismo modo, debemos responsabilizarnos por los pensamientos que producimos, los cuales, muchas veces, están infectados por cosas que nos imaginamos, sin un sustento en la realidad. El desafío es acercarnos a nuestra esencia para aprender a tomar las mejores decisiones para nosotros, de modo que ya no queden Gestalts abiertas.
A medida que vayamos practicando estos tres principios y los vayamos adoptando como filosofía, podremos cerrar lo inconcluso, percatarnos de lo que nos sucede internamente a cada momento (darnos cuenta), responsabilizarnos por nuestras emociones y, así, ser más libres psicológicamente. En definitiva, dejar de depender de otros y ser nuestra propia fuente de poder.

Carla May
Consultora Psicológica Humanística y Sistémica
Facilitadora del Desarrollo Personal 
15-6103-2940 
4726-6479 
General Pacheco, Buenos Aires



jueves, 8 de diciembre de 2016

SABIDURÍA ORGANÍSMICA Y LIBERTAD PSICOLÓGICA


Los dos términos que escogí para este título representan la síntesis más acabada del objetivo último de toda terapia humanística: reconectar con nuestra sabiduría interna (alguna vez perdida) para volvernos lo suficientemente libres como para tomar las decisiones que más bienestar y paz nos brinden. Esto quiere decir que cuando estamos “desconectados” de nuestra sabiduría organísmica no somos del todo libres a la hora de “elegir bien” nuestro camino. Pero vayamos por partes:

¿Qué es la Psicología Humanista?
Es la tercera escuela en psicología, después de las primeras dos, el Psicoanálisis y el Conductismo. Sus bases son el Humanismo, el Existencialismo y la Fenomenología.
Del Humanismo, toma la idea de que los seres humanos somos, dadas las condiciones adecuadas, y sin nada que lo obstaculice, básicamente sanos y con tenencia a la autorrealización, lejos de las teorías que sospechan de la esencia humana y proponen que venimos al mundo con deficiencias innatas que debemos reparar. Del Existencialismo, se nutre de la propuesta de que cada persona es libre de decidir acerca de cómo desea vivir su vida y, en consecuencia, responsable por su felicidad o infelicidad, de acuerdo a sus elecciones. Finalmente, de la Fenomenología, utiliza el concepto de “fenómeno”. Un fenómeno es lo que aparece en el relato o conducta del consultante (dice X cosa, hace X movimiento, se sonroja, llora, ríe). Los Humanistas nos remitimos a escuchar o percibir esos “fenómenos” sin interpretar, juzgar ni emitir hipótesis acerca de lo que a la persona le sucede, sino que la acompañamos a encontrar SUS PROPIAS RESPUESTAS O CONCLUSIONES, convencidos que cada persona es absolutamente única, y nadie más que ella SABE acerca de sí misma.

Habiéndonos introducido en el concepto de Psicología Humanista, viene la gran pregunta a responder: ¿Somos los seres humanos realmente libres y, en consecuencia, responsables por nuestra felicidad? ¿Qué distingue a una persona psicológicamente libre, de una que no lo es? Básicamente, para funcionar en un modo realmente pleno, libre y responsable, deberíamos estar en contacto con nuestra sabiduría organísmica. Por “organismo”, entendemos la unidad CUERPO-ALMA-MENTE, todo aquello que nos compone, incluidos los planos físicos y no físicos, y que es el asiento de nuestras experiencias (lo que “nos pasa”), tanto físicas, emocionales y espirituales. Estar en contacto con nuestro organismo es posible en la medida en que brindemos atención plena y conciente a nuestras experiencias, tanto internas como externas, y nos permitamos escuchar nuestra intuición, siempre presente aunque, a veces, acallada.

¿Cómo es que llegamos a acallar esa intuición? Al nacer, somos PRESENCIA PLENA, es decir que escuchamos nuestras necesidades con cada centímetro de nuestro Ser. Todo bebé sabe cuándo tiene hambre, sueño, necesidad de caricias, etc., y pide lo que necesita a las personas responsables de satisfacer sus necesidades. Si esas necesidades son respetadas y atendidas, se refuerzan en ese niño la presencia y el contacto con su Ser. Parece una obviedad, pero ningún bebé NO SABE lo que necesita. Ni uno solo. La dificultad para escuchar las propias necesidades se desarrolla paulatinamente, a medida que se fuerza a ese niño a actuar en base a condicionamientos externos, tanto familiares como culturales, bajo el peligro de perder el afecto o aceptación de las personas que, para él, son vitales para sobrevivir (tanto física como emocionalmente hablando). Estos condicionamientos no necesariamente son expresiones de maltrato brutal hacia ese niño, sino pequeños condicionamientos cotidianos, repetidos por imitación (copiados de nuestros antecesores) y, hasta ahora, no cuestionados, ya que no hemos tomado conciencia de sus consecuencias dañinas. ¿Cuántos de nosotros hemos tenido que dejar de ser quienes realmente éramos al escuchar frases tales como?:

  • “¡Otra vez llorando!” (con lo cual dejo de llorar y aprendo a no expresar mi dolor, ya que, a los demás, mi dolor no los mueve a preguntarme qué me pasa - y, así, ayudarme a gestionar mis propias emociones- y consolarme, sino que les molesta).

  • “¡No podés tardar tanto!” (lo que me lleva a forzarme a funcionar de un modo que no es mío, con tal de ser aceptado por mamá/papá/maestros/sociedad. Dejo de hacerlo de acuerdo a mis características particulares y, en consecuencia, de disfrutar de lo que hago y/o aprendo, además de volverme ansioso y autocrítico, y llenarme de frustración por no ser “como se debe”, sin contar el dolor que me produce que los demás no me vean “así como soy”, sino que me piden que sea el de su fantasía idealizada).

  • “¡Naaa! ¿Ese color de zapatos vas a elegir?” (tras lo cual dejo los zapatos que a mí me gustan a un lado y le pregunto a mamá, papá o persona que me acompaña qué color debería ser “el adecuado”, y llevo esos para complacer a los demás).

  • “No tenés hambre, lo que vos tenés es sueño. ¡Andate a dormir!” (este es el remate final: cuando los adultos están incapacitados para escucharme, y “decretan” qué es lo que me pasa -como si ellos supieran más que yo acerca de mi propia experiencia interna-. Como si no pudiesen pensar en la posibilidad de que, en realidad, yo no tenga ni hambre ni sueño, sino necesidad de ser abrazado, pero tengo que usar “una excusa”, ya que, de otro modo, mi necesidad de amor no es cubierta. Aquí, mi intuición infantil ya ha sido totalmente quebrada. De ahora en más, voy a dudar de mis percepciones internas y, cada vez que sienta algo, como ser angustia, dolor, miedo o desconfianza, no voy a seguir mi intuición, sino que voy a ir a preguntar a “los que saben” qué es lo que realmente estoy sintiendo. Cuando, por ejemplo, en unos años, perciba de mi pareja conductas que me generen algún tipo de inquietud o malestar, voy a dudar de ellas y me expondré a terminar emparejado/a con alguien perjudicial). 

Una persona que ha crecido con mensajes de este tipo, difícilmente se convierta en alguien que toma las mejores decisiones para sí, de acuerdo a su intuición, sino que aprenderá a dudar de lo que siente (su intuición ya no será su mejor guía) y a dejarse a sí mismo de lado, actuando siempre de acuerdo con el deseo de los demás, para ser aceptado. ¿Qué pasará cuando su nivel de desconexión con sus propios deseos y necesidades interfiera con decisiones trascendentes, como ser qué carrera estudiar, a quién elegir como pareja o cómo ser la mejor guía posible para sus hijos? Podrá tener libertad de elección, pero no libertad psicológica, ya que ésta estará condicionada por la gran desconexión interna que la acompaña. Y, mientras mantenga esta desconexión, no podrá “darse cuenta” de qué necesita o desea (ni transmitir esta capacidad a sus hijos), por qué duda tanto, por qué se siente vacía o con angustia, o por qué siente que algo “le falta” y busca llenarlo con cosas materiales. Sus decisiones no tendrán como fin acercarse cada vez más a quien ella es, sino hacer “lo que se debe”, dejar a todos contentos y evitar todo lo malo que los demás puedan pensar de ella.

¿Cómo reconectar con nuestra sabiduría organísmica y ganar libertad psicológica, para sentirnos más plenos y completos? Hay un solo camino: yendo hacia adentro, escuchándonos como nadie nos enseñó a hacerlo, brindándonos libertad de experiencia (tema expuesto en este otro artículo), aprendiendo a sentir de un modo más natural, y no tanto mental, soltando el control que implica PENSAR en cómo debemos ser, y permitiéndonos SER y SENTIR como realmente somos. Es un recorrido maravilloso de autodescubrimiento, de olvidar lo aprendido y dejar que la esencia aflore, de sorprenderse con aquello que siempre estuvo ahí sin nosotros saberlo. Es un VOLVER A CASA.

Carla May
Consultora Psicológica Humanística y Sistémica
Facilitadora del Desarrollo Personal 
15-6103-2940 
4726-6479 
General Pacheco, Buenos Aires

domingo, 31 de julio de 2016

La Casa de Colores - Counseling Psicológico para el Despliegue del Ser

Procesos de Desarrollo Personal Individuales y Grupales desde el ENFOQUE HOLÍSTICO CENTRADO EN LA PERSONA y ENFOQUE SISTÉMICO

Grupo de Ayuda Mutua para SUPERAR DEPENDENCIAS AFECTIVAS

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