jueves, 25 de octubre de 2018

LA DEPENDENCIA EMOCIONAL Y EL HAMBRE DE AMOR

La dependencia emocional es un patrón de relación en el cual, debido a nuestra necesidad de ser amados y aceptados, dejamos pasar señales de alerta acerca de lo inadecuada que es nuestra relación (porque nuestra pareja no nos demuestra amor, nos presiona para hacer o dejar de hacer cosas a su antojo, nos maltrata verbal, emocional y/o físicamente, o simplemente no somos felices con él/ella) y, aún así, no podemos defender nuestra posición o alejarnos. Si nos alejamos, probablemente sea por períodos cortos de tiempo y, luego, nos reconciliamos y volvemos a relacionarnos de manera disfuncional. Lo más alarmante de la dependencia emocional es que es el paso previo a la violencia en la pareja (es decir, no hay violencia en la pareja si no existió antes dependencia emocional). Poder reconocerla y superarla nos garantiza relacionarnos sanamente y enseñar a nuestros hijos a hacerlo, salvándolos del destino de repetir nuestro modo disfuncional de relacionarnos.

Las personas emocionalmente dependientes ostentamos en nuestro pasado una infancia con innumerables carencias de índole emocional, por lo cual transitamos por la vida con “hambre de amor”. Probablemente hayamos tenido padres con algún tipo de adicción o trastorno psiquiátrico, es decir, padres que, por sus propias perturbaciones, y librando sus propias batallas, no pudieron estar emocionalmente disponibles para nosotros, al igual que aquellos padres que han tenido que cuidar de un familiar enfermo o con discapacidad, o aquellos que, por haber tenido malas experiencias en sus propias vidas, y temerosos de que suframos de manera similar, nos han sobreprotegido al grado de no permitirnos desarrollarnos como seres autónomos y seguros. Es también posible que hayan habido padres infantiles, fríos, hipercríticos, ausentes (en vida o por fallecimiento) o maltratadores.

Ante este panorama de inseguridad emocional, justamente en la etapa de nuestra vida en la que más protegidos habríamos necesitado sentirnos, probablemente hayamos tenido que sobreadaptarnos a aquella realidad tan insegura, y de diversos modos. De esa manera, quizás dejamos de hacer demandas totalmente genuinas con el objeto de  que nuestros padres no se sintieran “sobrecargados” y, así, no bebieran, se drogaran o se deprimieran tanto (si a ellos les hubiese pasado algo, ¿quién habría cuidado de nosotros?). Quizás nos esforzamos por ser los mejores en la escuela o por portarnos bien, creyendo que, así, nuestros padres distantes y/o hipercríticos nos querrían más. O quizás aprendimos a ser silenciosos para que nuestros padres, emocionalmente volátiles, no estallaran en ira.

Esta búsqueda de artilugios para salvar o ganarnos el amor de nuestros padres tiene, como lamentable resultado, una brutal desconexión con las propias necesidades y una búsqueda inagotable de aceptación externa, que llevaremos por la vida como patrón aprendido. No nos relacionamos con la libertad de quien se siente valioso y merecedor de amor y buenos tratos. Por el contrario, nos sentimos poco valiosos, incompletos, inseguros, inadecuados, y hoy mendigamos el amor de nuestras parejas, así como ayer lo hicimos con el de nuestros padres.

Al relacionarnos, intentamos agradar al otro, “vendiéndonos” de la mejor manera posible. Al estar tan desconectados de nuestras necesidades, no nos detenemos a pensar en si el otro nos agrada, sino en hacer el mayor esfuerzo posible por ser aceptados por él/ella.

Si expresar nuestras necesidades implica un riesgo de que el otro se vaya, optamos por hacer silencio y complacer, evitando así ser abandonados o que nos digan que no, lo cual sería tan similar al abandono emocional que sufrimos durante nuestros primeros años. Así es que solemos comunicar nuestra necesidades de maneras no verbales (llorando, estallando en ira o enfermando) como sustituto de pedir abiertamente lo que necesitamos.

Muchas veces, ciegos a aquella carencia que tan profundo caló en nosotros, podemos llegar a emparejarnos con alguien muy similar a alguno de nuestros padres, de modo de tratar de “ganar” hoy, con nuestra pareja, el amor, aprobación y/o respeto que no pudimos ganar ayer, con nuestros progenitores.

Hay una probabilidad elevada de que nos relacionemos con una persona problemática (infantil, depresiva, infiel, narcisista, distante/evitativa, adicta a algún tipo de sustancia o conducta compulsiva, o que no puede con su propia vida). Esto es así porque nos da la chance de “rescatarlo” o de esforzarnos por cambiarlo. Utilizar nuestras energías buscando rescatar o modificar a otro nos permite desviar el foco de nuestros propios agujeros emocionales y, además, fantasear con que, si tenemos éxito en salvarlo o cambiarlo, por fin seremos valiosos y valorados. Inconscientemente, evitamos las relaciones sanas y calmas, y preferimos aquellas en las cuales debamos vivir en alerta permanente y llenos de ansiedad, para no contactar con nuestro propio dolor interno y/o caer en depresión.

Hemos aprendido que, para que nos quieran, debemos esforzarnos y, si no nos quieren o no nos quieren lo suficientemente bien, no es porque estamos con una pareja inadecuada, sino que no estamos esforzándonos lo suficiente. Así, nos convertimos en expertos en control, y con un ojo aguzado para detectar las necesidades del otro. Hacemos favores que no nos piden con el objeto de ser aceptados, y nos frustramos cuando el otro no hace por nosotros lo que nosotros estaríamos dispuestos a hacer.

Claro que vivir en función del otro nos deja siempre en último lugar. Sobre todo, cuando estamos dispuestos a hacer lo que sea con tal de que nos quieran y no se vayan de nuestro lado. El trabajo que debemos emprender es el de reconocer que el patrón de relación aprendido en nuestra infancia es dañino y aprender a relacionarnos de otro modo más sano, constructivo y disfrutable, donde podamos ser de veras protagonistas y amados por quienes somos, sin necesidad de vender un personaje ficticio, que tan vacíos nos deja.

Vencer la dependencia emocional se logra trabajando sobre nuestra autoestima, nuestras creencias y nuestros hábitos relacionales, conectándonos con nuestras necesidades reales y superando el miedo a la soledad, sanando a aquel niño lastimado que aún nos acompaña hoy, bajo nuestra piel. 


Carla May
Consultora Psicológica Humanística y Sistémica
Facilitadora del Desarrollo Personal Integral
15-6103-2940
2129-5698
General Pacheco, Buenos Aires

No hay comentarios:

Publicar un comentario