Dentro de
la teoría rogeriana (de Carl Rogers, creador del Enfoque Centrado en la Persona), existe un
concepto fundamental: la
LIBERTAD DE EXPERIENCIA.
Poseer libertad de experiencia implica darte el permiso de sentir lo que sea
que sientas de la manera en que se presenta, sin juzgarlo. A mayor libertad de
experiencia, más congruente y funcional vas a ser, ya que no existirán
sentimientos que, por considerarlos malos o inadecuados, percibas como
amenazantes. Al no percibir ningún sentimiento como amenazante, tampoco vas a
negarlo. Y, si no negás nada de lo que te acontezca a nivel emocional, eso
tampoco te dominará de manera inconciente. Podrás, por ejemplo, sentir enojo o,
incluso, ira, sin que esto implique actuar con violencia contra nadie (ni
contra vos mismo, ni contra terceros).
¿Cómo llega una persona a tener libertad de experiencia? Pues tuvo la fortuna
de crecer en un ambiente donde nadie lo juzgara de acuerdo a cuáles fuesen sus
sentimientos. Siendo niño, nadie lo acusó de “malo” por experimentar enojo,
celos o envidia, por ejemplo. Le explicaron que esos sentimientos son propios
de la naturaleza humana y que no está ni bien ni mal tenerlos; que lo
únicamente incorrecto sería actuar de manera perniciosa contra otro a partir de
ellos, más no el experimentarlos. Eso posibilitó que la persona se hiciera
“amiga” de todas sus emociones, evitando, de esta manera, ser dominada por
ellas.
¿Qué sucede con las personas que no poseen libertad de experiencia?
Es muy probable que hayan crecido en un ambiente en el cual determinados
sentimientos estuviesen mal vistos; si ellas demostraban alguno de tales sentimientos,
eran criticadas, juzgadas y reprendidas. Lo que debieron hacer para ser
aceptadas (y, así, sentirse queridas) fue guardarse esos sentimientos para sí.
En muchos casos, con el paso de los años, los sentimientos amenazantes
(“amenazantes” porque demostrarlos implica el rechazo de los demás) han llegado
a ser negados. Ya, directamente, ni se sienten. ¿Significa esto que tales
sentimientos desaparecieron? No, no desaparecieron. Fueron enviados al
inconciente, “ocultados” allí. ¿Para qué? Para no sentirlos. Sentirlos
implicaría el rechazo automático de las personas de cuyo amor y valoración
ellas dependen en sus primeros años de vida.
Una persona que ha aprendido a funcionar de esta manera no está completa; ha
escindido partes naturales humanas suyas en función de asegurarse el amor de
los demás. Se ha sobreadaptado a su ambiente para sobrevivir emocionalmente. Y
hoy, ya adulta, siente malestar emocional (en alguna de sus formas), aunque no
comprende por qué:
• Juan jamás se enoja. Su familia siempre ha tildado de “mala persona” a quien
demostrara enojo. Sufrió bullying durante la escuela primaria y secundaria.
Hoy, con 23 años, no puede decir que no a los abusos de sus compañeros de
trabajo. No puede enojarse. Sería considerado “una mala persona” por eso. Por
tal motivo, en lugar de sentir enojo, sufre ataques de pánico.
• Octavio está por separarse. Su esposa le pide que sea más cariñoso, y él de
veras quisiera serlo, pero no puede. Y no recuerda que, cuando era niño, le
decían “mariquita” cuando lloraba o demostraba afecto abrazando a alguien. Hoy,
no puede demostrar a su esposa que la ama, ni llorar ante el dolor que está
experimentando al perderla. Ni él mismo se entiende. Y está comenzando a beber
mucho, buscando tapar el dolor.
• Ludmila se siente rara. Siente “que le falta algo”. No pareció alegrarse
cuando se recibió de abogada ni cuando le ofrecieron un empleo soñado. Sólo hace
poco recordó que, de pequeña, le invalidaban cualquier expresión de alegría
bajo el mensaje de que reír porque sí es de “mediocres”. Y por este “algo”
que le falta por un lado, otro “algo” le sobra por otro: es adicta al trabajo.
Claro que vivir nos enfrenta a situaciones en las cuales sentir la emoción
marginada es inevitable y es muy probable que una persona que, como Juan,
Octavio y Ludmila, ha “escondido” emociones, entre en crisis en esos momentos.
¿Y por qué? Porque han internalizado aquel mensaje que recibieron cuando su
supervivencia emocional dependía de otros. Hoy, las críticas a experimentar
emociones “indeseables” se las hacen ellos a sí mismos. Esto les impide darse
el permiso de sentir lo que de veras sienten, y que les sería tan liberador. Por
tal motivo, están “incongruentes”, funcionando de manera incompleta. La
congruencia llegará cuando puedan cuestionar sus creencias acerca de lo
inadecuado de sus sentimientos e integrarlos a su ser; cuando ya no tengan que
“guardar” emociones en su inconciente, y realizar esfuerzos sobrehumanos “para
que no salgan”, aún a costa de inmolar su funcionamiento pleno y su
felicidad.
¿Cómo
lograrlo? Una linda opción es comenzar un proceso de Counseling, que es la disciplina
de ayuda psicológica de la libertad de experiencia por excelencia. Un
profesional del Counseling acompaña a su consultante a resolver sus conflictos
sin interpretar ni enjuiciar, convencido de que es el propio consultante quien
más sabe acerca de sus propios problemas. Un counselor ayuda a su consultante a
integrar aspectos suyos rechazados y/o exiliados y a examinar aquellos otros
que han sido adoptados como propios sin serlo realmente. Un counselor ayuda a
su consultante a conocer sus potenciales, hasta ahora ocultos, para resolver su
motivo de consulta y llevarse esas herramientas para su vida. El fin último de
un proceso de Counseling es ayudar a las personas a conocerse, desplegar sus
potencialidades particulares y autorrealizarse. En definitiva, a lograr un
funcionamiento pleno, ser feliz y relacionarse con otros sanamente.
Y VOS, ¿BRINDÁS Y TE BRINDÁS LIBERTAD DE EXPERIENCIA?
Brindar a otra persona libertad de experiencia implica permitirle sentir lo que
sea que siente acerca de una determinada situación sin juzgarla de ninguna
manera (ni negativa ni positivamente). ¿Y por qué no juzgarla? Porque cada
quien siente de la manera particular en que puede hacerlo, y eso no está ni
bien, ni mal. La creencia de que está bien o mal, es eso, una CREENCIA. Y las
creencias pueden ser, a veces, ridículamente irracionales y carecer de
fundamento alguno (personalmente, lo que más ruido me hace acerca de las
creencias es que éstas cambian con los distintos momentos históricos; una
muestra clarísima de que las creencias cambian según la opinión de quien las
decrete y que no debo creerlas sin cuestionar cuál es MI OPINIÓN al respecto, sea
lo que sea que hayan opinado, en su momento, mis padres, maestros, amigos,
sociedad, etc.).
Impedimos la libertad de experiencia cuando cuestionamos, criticamos o juzgamos
los sentimientos de los demás (como ser su tristeza o su felicidad), al creer
que sentirlos de ese modo particular no es correcto, de acuerdo a nuestro
propio parámetro. Así, criticamos que alguien no llore cuando ha sufrido una
pérdida grande (es probable que aún esté shockeado y no pueda todavía llorar) o
que, por el contrario, llore por algo que a nosotros nos parece insignificante
(sin conocer el significado de esa pérdida para ella). Como si existiese una
regla que decrete en qué casos sentir tristeza, alegría, pasión, miedo, etc., y
durante cuánto tiempo… lo que nos alejaría de ser humanos y nos acercaría
bastante a ser robots producidos en serie, imposibilitados de escuchar nuestras
necesidades internas particulares y exigidos a sentir de acuerdo a un standard
externo que no respeta nuestro Ser único e individual.
Una manera de autoexplorarte y determinar si te brindás libertad de experiencia
es chequear si solés cuestionar la manera en que otros sienten lo que sienten,
ya que quien cuestiona los sentimientos ajenos, inevitablemente (y sin notarlo),
hace lo mismo con los propios. ¿Te animás a examinarte?
Carla May Counselor
Facilitadora del Desarrollo Personal
15-6103-2940
4726-6479
General Pacheco, Buenos Aires.